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miércoles, 13 de abril de 2011

La igualdad marroquí convertida en papel mojado

Dicen que en Marruecos la mujer está más integrada en la sociedad que en muchos otros países árabes. Y dicen también que puedes descubrirlo sólo con visitar la plaza Djemaa el Fna en el centro de Marrakech: una plaza repleta de vida y de bullicio en la que cada noche los cuidadanos bailan al ritmo de los timbales y ukeleles invitando a todos a unirse. A todos, menos a las mujeres.

La plaza Djemaa el Fna de noche
Lo cierto es que de todos los países árabes, Marruecos es uno de los que más ha avanzado en materia de leyes que mejoren la igualdad. Pero este avance no se puede ver reflejado si no va también acompañado de un cambio de rumbo en la mentalidad marroquí.

En enero de 2004 se comenzó el camino con un Nuevo Código de Familia que buscaba un adelanto en los derechos de la mujer regulando el matrimonio, el divorcio, las relaciones de parentesco, la herencia y la custodia de los hijos. Sin embargo, siete años después, los resultados de estas leyes son escasos. La razón es bien sencilla: Según el texto, los jueces aún tienen poder para valerse de los principios religiosos a la hora de resolver los asuntos de género que no se contemplen en el código, que son muchos, lo que les permite un amplio margen de maniobra para aplicar las interpretaciones religiosas más conservadoras. 

Además, el elevado analfabetismo entre las mujeres (un 42% de las mujeres en zonas urbanas y un 82% en zonas rurales) así como el gran desconocimiento de esta ley por parte de la población, tampoco ayudan a que mejore la situación de la mujer en el ámbito privado y familiar. Ya que si ni siquiera ellas mismas conocen sus derechos, difícilmente podrán actuar para ejercerlos. Y así, mujeres árabes y bereberes, jóvenes y mayores, se enfrentan cada día a la dominación masculina por parte de padres o maridos.



Marruecos, país de naranjos y olivos, y donde en cada rincón huele a azahar, no es, todavía, el país árabe de la igualdad. La primera piedra está puesta, pero aún queda lo más difícil: asfaltar el camino.